viernes, 19 de junio de 2009


La fama bien cimentada de tenorio, de que gozaba D. Juan Bautista de Bracho y Echegaray, se debía en parte a la oficiosidad de sus numerosos amigos, quienes en cuanto sabían de alguna conquista, la propalaban a los cuatro vientos, exagerando las proezas amatorias de D. Juan, con el propósito de adularlo.

El joven, era apuesto y rico, cualidades que lo hacían irresistible a las incautas doncellas y desde la altiva princesa a la que pesca en ruin barca, se rendían a los requiebros del enamorado galán, sólo que caballeroso hasta en pasiones, lejos de imitar al famoso burlador de Sevilla, las enamoraba y las olvidaba, pero no las seducía.

Sus padres que lo adoraban, no encontraban malo el “juego del gallardo mozo, y pensaban que con la edad, entraría en juicio y se casaría con alguna rica heredera. Por lo que daban magníficas fiestas en su residencia de la Hacienda de las Mercedes en las que se reunía lo más granado de la sociedad

Allí acudían bellísimas y acaudaladas niñas, entre las que podía D. Juan escoger esposa; pero él aunque le gustaban todas, no se dejaba aprisionar en el dulce lazo del matrimonio.

Entre las bellezas del Barrio de Mineros de la “Pinta”, descollaba Rosa Luján, muchacha alegre y coqueta que aceptaba relaciones con todo el que la pretendía, sin formalidad ninguna, por lo que muchas veces corrió la sangre por causa de sus locuras.

Porque a ella no le importaba el amor de los mineros, ella segura de su belleza, ambicionaba más, quería nada menos que al Señor de Bracho y Echegaray

Y cosa rara, D. Juan no se fijaba en ella, a pesar de ser tan bella. Era que su condición de huérfana de uno de tos Capataces hacia que O. Juan la respetara.

El Sr. de Bracho salía dos veces al año, en visita de inspección a sus minas de Sombrerete, y su ausencia duraba de dos a tres meses. Y una vez que se fue de viaje Rosa desapareció.

Todos creyeron que se había fugado con D. Juan. La madre de Rosa desolada, pero al mismo tiempo sumisa a los señores de la Hacienda, no sólo, no protestó sino que prohibió a sus hijos que hicieran gestión alguna.

Dos meses más tarde, recibía un recado del Hospital de San Juan de Dios, de que Rosa se encontraba moribunda; corrió la infeliz mujer al lado de su hija y apenas pudo reconocerla, estaba tan extenuada y desfigurada, que nadie la hubiera reconocido.

No podía hablar, sólo en la mirada aterrorizada de sus ojos se sabía que tenía vida, horas después moría sin pronunciar el nombre del causante de su desgracia.

Llegó a su última morada en hombros de sus tres hermanos y de Saturnino el último de sus novios; cuando le arrojaron la última paletada de tierra, los cuatro hombres juraron venganza.

Días después, regresaba D. Juan de su viaje y mucho se extrañó que le imputaran el rapto de Rosa, negó rotundamente el hecho y se ofendió de que lo creyeran capaz de tal felonía.

Una noche que por ser día de pago volvía tarde de una de sus minas fue agredido por cuatro hombres que lo asaltaron por sorpresa, en terrenos cercanos a su casa, el mozo que lo acompañaba huyó cobardemente. Al día siguiente fue recogido su cadáver acribillado a puñaladas; los asesinos no tardaron en ser aprehendidos, denunciados por el mozo.

Fueron ejecutados en el mismo lugar del crimen a pesar de que los padres de D. Juan los perdonaron con cristiana generosidad.

Mandaron construir una Capilla dedicada a San Juan Bautista en el lugar donde ocurrieron tan tristes acontecimientos.

Años después un mendigo ciego de repugnante aspecto, debido a las muchas cicatrices que surcaban su rostro, hizo una declaración in artículo mortis: D. Juan, no había sido el raptor de Rosa, sino un aventurero francés, de apellido Langot “gambusino” de oficio; quien locamente enamorado de Rosa y sin esperanza de que lo quisiera, decidió raptarla con ayuda del declarante, fue conducida a un socavón abandonado en la mina de S. José de Gracia, allí fue víctima de los peores tratos y estrechamente vigilada para que no se escapara, aterrorizada la infeliz, mal alimentada y sin esperanza de libertad fue perdiendo la razón y la salud; viéndola en trance de muerte, resolvieron deshacerse de ella y como no había temor de que los denunciara por su estado tan grave, una noche la llevaron por los cerros hasta cerca del hospital.

Su crimen no quedó impune; un día que los dos criminales trataban de barrenar una yeta, estalló el barreno antes de que pudieran ponerse a salvo, el francés murió horriblemente destrozado, su ayudante quedó ciego y en la mayor indigencia; mantuvo el secreto por temor a la justicia, ahora que nada tenía que temer, vindicaba aunque tarde la memoria de D.Juan.

Los señores de Bracho y Echegaray descansan al lado de su hijo en el ruinoso Panteón de las Lomas de Bracho.